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Fui alumno del IES DOn Bosco
Entonces era una Escuela de Artes y Oficios que había en mi pueblo (el instituto que hay hoy en el mismo lugar es, afortunadamente, otra cosa);
se llamaba "Taller-Escuela José Antonio", en homenaje al fundador de la Falange. Pertenecía el centro al Sindicato Vertical, único permitido, en el que estaban encuadrados empresarios y obreros, al estilo totalitario; Sindicatos, como se le llamaba entonces, gobernaba la vida entera de los trabajadores: ocio, vivienda, cultura y hasta la educación de los hijos.
La autoridad máxima que nos visitaba cada año en la fiesta del patrón de la formación profesional, san Juan Bosco, era el Delegado Provincial de Sindicatos; venía desde Huelva en su coche oficial. Los hijos de los trabajadores que aspiraban a una mayor formación debían seguir, en aquella época, un camino diferente y especial: la formación profesional. Todos los alumnos teníamos beca. Las becas eran exigentes e inflexibles, de manera que si suspendías alguna asignatura del curso entre junio y septiembre la perdías y se interrumpía aquí tu formación: no había repetidores. Terminada la oficialía industrial se podía acceder a la maestría. Los menos, en caso de obtener el mayor éxito en su formación, podían acceder a una universidad también diferente y especial para hijos de trabajadores: la Universidad Laboral, en las que sólo se podían cursar algunas de las carreras "técnicas".
Mis recuerdos de la Escuela son en su mayor parte agradables y están llenos de un profundo cariño hacia todas las personas que me enseñaron, que en ella conocí y con las que conviví; no obstante, en ellos aparecen entrelazados sentimientos de muy diversa índole, unos mejores que otros, más aceptables unos y menos o incluso desagradables otros, pero, en su conjunto, el balance es claramente positivo. Estuve en ella tres cursos, desde octubre de 1963 con mis catorce años, hasta el verano de 1966, a punto de cumplir los diecisiete.
Nuestro uniforme era un mono azul, como correspondía a un trabajador manual u operario de la época; la camisa llevaba un "cangrejo" de la Falange en el bolsillo.
Todos los días, a las nueve menos cuarto de la mañana, formábamos en la explanada de entrada, frente a los postes de las banderas, para izarlas al canto del Cara al Sol (himno de la Falange). Terminado el acto, en filas por curso y en silencio -hablar o armar jaleo podía costarte un serio castigo- cada uno a su clase. Y por las tardes se repetía la misma ceremonia para arriar las banderas.
En la Escuela nos preparaban para ser oficiales industriales, que era la primera etapa de la formación profesional. La teórica era bastante parecida al bachillerato elemental de entonces; la formación práctica -cuatro horas diarias- se realizaba en los talleres, en los que había un maestro para cada especialidad.
Todos mis compañeros pudieron encontrar trabajo al salir de la escuela, porque de ella salíamos habiendo adquirido las habilidades necesarias para entrar en el mundo de la empresa y con una formación cultural aceptable.
La Escuela, ahora que tanto se habla de "políticas activas de empleo", fue un éxito; con sus luces y sus sombreas, pero un éxito sin lugar a dudas. Cumplió, con creces, su cometido. Y por eso le estoy personalmente agradecido.
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