miércoles, 15 de junio de 2016

LAS APARADORAS DEL TALLER ESCUELA


Mucho debe la sociedad valverdeña al IES Don Bosco en el difícil camino de la integración social femenina. El taller de aparadoras siguió funcionando, y sobrevivió, aunque sin autorización oficial, al desmantelamiento de la escuela de zapatería, y prosiguió su vida hasta bien entrada la Ley General de Educación de 1970, convirtiéndose en un excelente cauce de integración social de la mujer valverdeña. Desde el primer momento se mimó a las aprendices de los diferentes cursos de cortes-aparados. Al igual que los chicos, ingresaban mediante un examen de acceso y dividían sus enseñanzas en dos cursos de pre-aprendizaje y tres de aprendizaje, aunque fue habitual en los primeros años que la mayoría de alumnas ingresara directamente en el grado de aprendizaje. La escuela profesional les brindaba –así lo atestiguaba la revista Adelante- además de los conocimientos propios del oficio, clases de cultura general. Cursaban tres horas de taller completadas con clases de Geografía e Historia, Gramática, Matemáticas, Religión y no podían faltar en aquellos años  “Labores” y “Prácticas de Hogar”. Entre las profesoras generalistas aparecían Ángeles Nieto Salgado, la Srta “Noni”, Antonia Pérez Aparicio, Carmen Sevilla y Ángeles Barrero. A mediados de los 60, Gracia Clemente Duque, natural de Trigueros era la profesora de educación física y la de humanidades Juani Robles. Además, las chicas disponían de su propia celadora,  María Dolores Suárez.  



1ª Promoción de aparadoras




2ª pormocion. Foto de Rosario Prera

Manuel Romero Pérez impartía la tecnología del calzado, Manuel Lorca Sánchez las clases de dibujo,  Enrique Seguí les enseñaba a cortar zapatos, mientras que Dolores Vélez Domínguez fue la primera encargada de las clases del taller de aparado. Con amplios conocimientos -ya que era propietaria de una fábrica de calzado en el Cabecillo de la Cruz, junto a su hermana Gregoria, dedicada a la producción de zapatos de hombre y mujer y las conocidas “manoletinas”-, fue una profesora de mucho carácter y muy hábil con las manos: sabía hacer zapatos, objetos de marroquinería (bolsos, cinturones), alfombras, muñecos de fieltro, esteras de pita, cosidas con hilo de cáñamo. Además, enseñó a las chicas a coser, a hacer croché e incluso las introdujo en el planchado de la ropa de los internos, aunque esta tarea era odiada por la mayoría de ellas. Nada se le resistía. Tras su marcha, fue sucedida por Aurora Domínguez Berrocal, quien se ocupó de las clases de corte y confección y, voluntariamente, de  las  de guitarra y habaneras, tanto en su etapa en la escuela profesional, como más tarde siendo educadora de la residencia.

Además, las chicas debían superar el curso de la canastilla. Debían prepararse para ser madres y por ello debían comprar telas y confeccionar la canastilla, dirigidas por la señorita Noni y más tarde por Ángeles Barrero: dos camisitas interiores, unos patines, un chalequito y el batón con sus encajes y sobrefalda.  Luego la canastilla se regalaba a la sección femenina. Como lo mismo vale un roto que un descosido, las chicas se ocuparon incluso de las labores propias del personal de limpieza y colada-, cuando aquel fue víctima de una dura gripe y labor suya era asimismo el planchado de la ropa particular y de cama de los internos.

El material imprescindible se componía del uniforme azul de Falange –una simple bata con cinturón y dos bolsillos, decorada con el escudo del partido único- y los arreglos del aseo: toalla, pastilla de jabón, peine...  En la festividad de San Juan Bosco se ponían el uniforme de gala, compuesto de falda azul tableada,  blusa blanca y unos puchos azules que evitaban que se vieran las piernas de las chicas al hacer las tablas de gimnasia. El material escolar se reducía a la «Nueva Enciclopedia Escolar, Iniciación Profesional», editada por Hijos de Santiago Rodríguez. La obra encerraba en un único manual los contenidos básicos de Religión, Lengua Española, Ortografía y Literatura, Aritmética, nociones de Contabilidad,  Geografía, Historia de España, desde la Edad Antigua a la Contemporánea,  Física, Química, Geología, Botánica, Zoología,  Derecho, y Fisiología e Higiene. Todas reconocen haber recibido una formación, tanto técnica como humanística de calidad. Muchas recuerdan las clases de anatomía y el moderno esqueleto que se iluminaba para mostrar las venas y arterias. También muchas de las alumnas conservan el recetario que hicieron, gracias a las explicaciones del profesor de dietética y nutrición. 

La función de las aparadoras en la industria del calzado era y sigue siendo coser mediante máquinas planas o cilíndricas  las piezas suministradas por la sección de cortes. Inicialmente se las enseñaba a aparar utilizando papel y sólo en los últimos cursos tenían acceso a la materia prima real, el cuero. El curso 1957-58 poseía 34 aprendizas, distribuidas en dos cursos escolares. Finalmente, se les enseñaba a confeccionar labores de artesanía con pita, rafia o la elaboración de alfombras, cinturones y bolsos. La escuela-taller les facilitaba  la ropa de trabajo y el atuendo de deportes, así como el almuerzo y la merienda, todo ello de forma absolutamente gratuita[1]. El almuerzo se componía de dos platos y postre, y la merienda de un trozo de pan y otro de chocolate, repartido, a los pies de las escaleras, por el conserje.
Viaje a Cádiz. Junio de 1965 
Alumnas de aparado. Febrero de 1964


Desde su fundación en 1956, la escuela formó a un ingente número de niñas. En la primera promoción destacaron  Isabel Membrillo Vélez, Dolores Corralejo Borrero, María Sacramento Vélez Lazo, María Parra Moriche, Araceli Guisado Vera, Fernanda Herrera Villegas, Inés María Lazo López, Reposo Sánchez Borrero, Isabel Mantero Corralejo, Mari Carmen Garrido Buenafé, Josefa de Jesús Fiscal Salas, Ana Arrayás Ponce, Juana Rodríguez Moro y María Reposo Gorgoño  Delgado… En la segunda promoción destacaron Rosario Ramírez Prera, Arsenia Chaparro Domínguez, Isabel Vélez Mongango, Iluminada Castilla Mongango, Mª Josefa Requena, las hermanas María y Francisca Romero, Josefa Fiscal, Juani Garrido, Juani Rodríguez, Purificación Romero, Dolores Blanco Blanco, Dolores Moya Moya, María Fernanda Garfía, Dolores Fiscal, Reposo Pernil, Reposo Quintero, Josefa Cejudo, Isabel Tocino Fiscal, Loli Corralero, Francisca Vizcaíno.  En  el curso 1964-65 fueron alumnas Mª Dolores Pedrada, Petri González, Mª Dolores Quiñones, Mª de los Ángeles Tocino, Josefa Constantino, Natividad López, Ana Bermejo, Gloria Lazo, Manuela Galán, Teresa Mantero, Ilde Alamillo, Mª Reposo Tirado, Ramona Mantero, Aurora Bermejo, Ana María, Mª Cristina Carrero o Manuela  Boniquito entre otras.  

En el curso 1975-76 solo había 3 alumnas: Pepi, Elisa y Conchi. Las clases seguían a cargo de Pérez Vázquez, Ramón Mora,  Ángeles Barrero, mientras que Aurora Domínguez se encargaba de las clases de aparado y de corte y confección. Fue el penúltimo año de las chicas de cortes aparados, ante la falta alarmante de matriculaciones. Muchas de aquellas jovencitas se dedicaron  a aparar en sus propias casas la “tarea” que les encomendaban las principales empresas locales.   

Las chicas, igual que sus compañeros varones, recibían una educación disciplinada. La celadora se ocupaba de controlar las salidas, tanto en el recreo como en los cambios de clase, poniendo especial cuidado en no permitir la cercanía entre chicos y chicas. Si los chicos estaban en el patio superior, las jovencitas quedaban recluidas en el patio de abajo o en las pistas deportivas. Rosario Ramírez Prera nos confirma que ante cualquier chiquillada «nos ponían en el tablón de anuncios, lo que nos daba mucho coraje». De ahí, se hacía necesaria la visita diaria al tablón de anuncios para comprobar si se había recibido algún castigo, el motivo y la sanción impuesta. Mª Dolores Pedrada nos recuerda que, a mediados de la década de 1960, la cuestión continuaba igual. «Si  hacíamos alguna chiquillada nos castigaban de pie en el pasillo, junto a los despachos del director y el secretario. Si no aparecían las culpables de la pillería, el castigo se hacía extensivo a toda la clase». El escarmiento era mayor, ya que además recibían las burlas de sus compañeros varones.  La promoción de 1964 recuerda una sanción que les dolió de manera especial: programaron una excursión a Monte Gordo y por una travesura que hicieron en el taller les prohibieron las salidas durante todo el curso. Pepi Flores recuerda cómo, incluso en los últimos años, había que cumplir dichos castigos los domingos, sin poder salir del salón de actos. 

Sólo por San Juan Bosco –la venia parecía proceder del santo- se levantaba la prohibición de hablar con los chicos. La festividad permitía un cierto relax dentro del asfixiante control al que eran sometidos los alumnos. Pero la cerrazón y dura disciplina era rechazada a veces por las más osadas. Arsenia Chaparro nos recuerda, desde Sitges, su paso por el centro y la escapada, capitaneada por Dolores Blanco y Dolores Moya con ocasión de los carnavales, el aviso de Francisca Ramírez para evitar males mayores, el envío de cartas a las niñas afectadas y el enfado de muchos padres ante aquel incidente. 

San JUan Bosco. 1964

Esa misma exigencia se hacía extensible a la obligación del estudio. Cada año –así lo recuerda Mª Dolores Pedrada- «había que sacar nota suficiente para el siguiente curso, si no, no teníamos beca y sin beca nos expulsaban». Era necesario que las alumnas hincaran los codos si querían continuar en el centro, al menos un año más. Arsenia Ramírez nos cuenta también cómo la escuela abría una cuenta corriente en la Caja Provincial de Ahorros, sita en la calle Calvo Sotelo –actual Real de Arriba-, número 40, a las primeras alumnas, con la prohibición de sacar sus caudales antes de cumplir los 18 años. Pero muchas de aquellas jovencitas no acabaron la oficialía ante las urgencias económicas de sus familias y comenzaban a trabajar en alguna de las fábricas valverdeñas, apenas cumplidos los 16 años. 









La integración social femenina vino no sólo de la mano de la formación profesional, sino también del deporte. Para las chicas el régimen franquista había previsto la gimnasia rítmica y el voleibol, mientras que reservaba para los chicos el fútbol y el atletismo. El uniforme deportivo se componía de una falda azul tableada y de blusa blanca y, junto a la falda, el «pucho», una especie de pantalón con elástico por encima de la rodilla para evitar exponer los muslos de las chicas a la vista inquieta de sus compañeros. Junto a las “pistas de abajo” pasaban las aguas sucias de Valverde, aún sin canalizar y más de una vez caía en ella la pelota de voleibol. Pese a todos los inconvenientes, estas chicas alcanzaron altas cotas en las competiciones andaluzas. Un buen ejemplo fue el equipo femenino de voleibol (por entonces conocido como balón volea) del Centro Sindical que llegó a ascender a Segunda División. Se había formado bajo los auspicios de Ángeles Barrero, a la sazón profesora de educación física, aunque fue realmente su marido, Antonio Fernández Rabadán, quién se convirtió poco después en su entrenador y verdadero adalid. El curso 1973-1974, las chicas del voleibol jugaron federadas y quedaron campeonas de la Tercera División, enfrentándose a equipos de reconocida talla como Gil Márquez, Veracruz y Telefónica, todos ellos de la capital onubense. Fue, por entonces, el único equipo onubense capaz de ascender a  Segunda División Andaluza.

Las componentes del «Medina Valverde» fueron Rosario Bermejo Bermejo, Luci Romero de la Rubia, María Isabel Pérez Rodríguez, Petra Cejudo Corralejo, María Dolores Quiñones Boniquito, María Romero Vázquez, Rosario Cruz Trabajo y Josefa Bermejo Bermejo. La escuela les ofreció el equipamiento: falda blanca y blusa celeste, y el ayuntamiento les regaló un balón. La subvención de 750 pesetas con cargo a la Delegación Provincial de Balón Volea les permitió el abono de su desplazamiento a las provincias de Sevilla,  Cádiz, Córdoba y Málaga. En la liga del año 1975-1976 se torció  la trayectoria del equipo: a principios de noviembre de 1975, -Franco se encontraba ya en el lecho de muerte desde finales de octubre-, la Sección Femenina decidió no seguir apoyando al equipo ante la falta de presupuesto. Las valverdeñas tuvieron que retirarse de la competición. Este fue el  fin prematuro de este conjunto aficionado que elevó a enormes cotas el  nombre de nuestro pueblo y de nuestro centro educativo. 




Hoy en día, la integración femenina parece estar superada, aunque siempre quedan flecos. Por ello, desde el centro, tratamos de  profundizar en el camino de una verdadera coeducación.






[1] Adelante, nº 1.

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