domingo, 20 de marzo de 2016

EL PERSONAL NO DOCENTE

EL PERSONAL NO DOCENTE.- La escuela profesional no era sólo lugar de cita de profesores y alumnos. Junto a ellos tenían un papel fundamental los educadores y capellanes, así como el personal de  administración y servicios.

Párroco y capellanes.-  En los inicios, había misa todos los domingos en la propia escuela. Eran las alumnas de cortes aparados, quienes, por turnos, preparaban el altar en el salón de actos, antes de que llegara el capellán para oficiar la eucaristía.

En noviembre de 1955, tras un periodo de interinidad, el sevillano de Constantina Juan Romero Oviedo tomaba posesión oficial de la parroquia de Nuestra Señora del Reposo como párroco y arcipreste de la ciudad y su partido judicial. Desde entonces su presencia fue habitual en los actos oficiales. Pero, además, la escuela dispuso de su propio capellán. El primero fue José María Camacho Prieto. Natural de la Palma del Condado, llegó a Valverde por iniciativa de Torrelo. Era un cura batallador, capaz de pelearse con cualquiera por un alumno al que a su juicio le habían denegado una beca injustamente. D. José, como le llamaban sus alumnas fue depurado por el régimen franquista. La mano ejecutora fue el propio Torrelo, y el motivo bien simple: hizo llegar a las chicas de cortes aparados “El libro de la vida”, que hablaba sobre la pareja y la sexualidad. Al ser descubierto, debió abandonar el centro. Tras su cese, le sucedió Manuel Vélez Fernández, natural de Olivares, quien se convirtió en el segundo capellán, desde 1958 hasta mediados de la década de 1960. Además de profesor de lengua y de formación religiosa era un sevillista acérrimo que se perdía en sus propias explicaciones de clase, cuando alguno de sus alumnos astutamente –a menudo el encargado era José Arenas Parreño, alumno de la 1ª promoción- le hablaba de su Sevilla de su alma. Siempre incentivó a sus alumnos el espíritu de trabajadores cristianos que debían cumplir sus tareas «según los preceptos de la fe». En octubre de 1966 se despidió del centro, tras ocho años de docencia y apostolado,  al ser nombrado beneficiado de la Santa Iglesia Catedral de Huelva[1]. En la segunda mitad de la década de 1960 ocuparon su plaza Ileano Hidalgo y Eugenio Lobo Conde, los llamados “curas comunistas” del taller-escuela, capaces de impregnar a sus alumnos un cierto fermento de contestación al régimen. Finalmente, pasaron por el centro Juan Carlos Hidalgo, José Mora Galiana y José Prieto  Santana.

Junto a las enseñanzas habituales era obligatoria la formación política y sindical, proyectada a través de cursillos, conferencias y charlas orientadoras. Igualmente, a lo largo de la década de 1960, se ofrecían charlas de orientación religiosa. En 1966 el encargado fue Agustín Castro Merello, asesor religioso de la Delegación Provincial de Sindicatos[2]. La educación de la época franquista –en palabras de Stanley G. Payne- enfatizó  el nacionalismo y la religión dentro de una estructura de autoritarismo y de tradicionalismo cultural. Ya con el aire de los nuevos tiempos y en plena democracia, en 1986, se incorpora al centro una teóloga, muy querida por todos, Ana María Ríos.

Los educadores.-  Aunque eran los celadores, Manuel Moro y Francisco Bermejo, los encargados de bregar con la chavalería, siempre fueron ayudados por los educadores. Inicialmente esta figura era desempeñada por profesores que completaban horario, dedicando su saber y su tiempo a la noble tarea de instruir y educar. Entre ellos destacaron Ramón Mora y Javier López durante la dirección de Juan Vázquez Limón. Cuando el taller de aparado llegó a su ocaso, a mediados de los 70, tanto Aurora Domínguez como Manuel Lorca pasaron a trabajar como educadores de estudio y vigilantes de las habitaciones y del comedor, inicialmente en la propia escuela  y, más tarde, en la nueva residencia escolar. Allí llegaron asimismo otros profesores como Luis Duque, Luis Palomar o el administrador, Miguel Ángel Losada, así como varios miembros del personal de servicios como Ana González María o Pepa Howard.

Luis Duque Cejudo  (            - 2011), maestro nacional. En 1958 fue uno de los artífices de la Academia                

«Muy señor mio. El maestro de 1ª Enseñanza con residencia en esa localidad D. Luis Duque Cejudo,  tiene  solicitado en esta oficina información para incoar el oportuno expediente solicitando de la Dirección General de Enseñanza Primaria autorización para el legal funcionamiento de una escuela de carácter privado en ese pueblo»[3]


Con posterioridad Luis Duque  ,  entró en el centro como educador, tras la clausura de la Academia y su breve paso por Calañas[4], pero posteriormente se ocuparía de impartir humanidades.

El personal médico.- El centro contó con un practicante en plantilla, Manuel Romero Domínguez, el entrañable Manolito “el practicante”, quien disponía de su propia consulta con botiquín y camilla, ubicada en la que ha sido durante años sala de guardias del IES Don Bosco y actual departamento de orientación. En caso de algún traumatismo sufrido por los chicos eran acompañados a las consultas de los médicos locales,  José Castilla y Germán Cabrero, gracias a la existencia del llamado seguro escolar.

El personal de administración y servicios.- El personal administrativo original estaba constituido por José Carrero Mora y Ramón Baña Ramos, ambos permanecieron en el centro hasta su jubilación. Se ocupaban de la labor burocrática, el despacho de la correspondencia, los expedientes escolares, los boletines de notas y la administración de gastos, debiendo enviar las facturas a Baltasar Pérez Aparicio, administrador provincial de la Organización Sindical, el custodio máximo de las cuentas. Con posterioridad se incorporó a las tareas administrativas Miguel Ángel Losada Solís, ocupándose este último de la administración y José Carrero y Ramón Baña de las labores de oficina.   

  
Ramón Baña, José Carrero y Francisco Bermejo Doblado 


El primer conserje fue Francisco Contioso Moya. Desde 1954 actuaba como guarda de las obras del centro y tras su apertura pasó a ser conserje. Casado con Juana Cuesto García, limpiadora del centro, el matrimonio vivía en la propia escuela. Su casa era un semisótano de dos habitaciones, cocina y un gran salón-comedor situado en el extremo del ala derecha del inmueble. Desde el mostrador de la entrada se encargaba permanentemente de la vigilancia del centro.  Además, el matrimonio se encargaba de prepararle la comida a los chicos de la casa cuna de Ayamonte, que veían cerrarse el comedor del internado durante los días de vacaciones. En 1961, ya enfermo, Francisco pasó a la cocina e Isidoro Ruiza Carrero lo sustituyo en la conserjería.

Además, el centro contaba con dos celadores, Manuel Moro Donaire y Francisco Bermejo Doblado. A las 8:30 de la mañana acompañaban a los chicos al desayuno, y, a continuación, se ocupaban de tener las aulas preparadas con tiza y borrador, y tocar la sirena eléctrica para la entrada y salida de las clases. A la una del mediodía se almorzaba. Con anterioridad, los alumnos debían formar ante la puerta principal y entrar en fila al comedor, ante la atenta mirada de los celadores, quienes además vigilaban el comportamiento de los muchachos en la mesa y daban parte de las frutas y alimentos en malas condiciones. Además, iban por el correo y  ponían  la bomba para sacar agua del pozo, situada en el  espacio hoy cubierto por el edificio de la ampliación de 1997. Se ocupaban, asimismo, de lidiar con los chicos, acompañarlos en la sesión vespertina de estudios, que se prolongaba de 7 a 8:30 de la tarde, y finalmente debían dormir en la escuela. Los domingos, uno de los celadores acompañaba a los alumnos a la misa de once y media. La misa apenas se prolongaba media hora; de 12 a 1 se les permitía pasear por la Plaza, hora a partir de la cual se les acompañaba de nuevo al centro para el almuerzo.

Las chicas del taller de aparado contaron con una celadora-gobernanta, María Dolores Suárez San Miguel, viuda de Manuel Lama, sevillano, maestro de música, conocido como uno de los introductores de la zarzuela en Valverde, quien enseñaba además buenos modales en la mesa, ya que era la cuidadora del comedor y en alguna ocasión se la vio ayudando en las clases de  costura.

A ellos se unieron los encargados de las naves-dormitorio que sirvieron de ampliación al internado de la escuela, que se quedó pequeñísimo desde mediados de la década de 1960. Aunque no formaron parte de la plantilla del centro,  fueron muy queridos por los alumnos internos. Nos referimos a Pedro Mora Carrero, que trabajo en el dormitorio habilitado en el edificio de la antigua Culmen S.A. en la calle Dr. Marañón, durante la segunda mitad de los 60 y a Eliseo Moreno Delgado, encargado de los dormitorios habilitados en la Carretera de Calañas, en el inmueble propiedad de Manuel Duque Matías, a lo largo de la década de 1970. Muchos alumnos siguen recordando a Eliseo por su extrema bondad y humanidad. Fue capaz de reducir los partes de conducta a la mínima expresión, a base de saber respetar y escuchar a los chicos. En el local de Manuel Duque se habilitaron 187 camas. Abría a las 9 y media de la noche para recibir a los alumnos y a las 10 se apagaba la luz. A las 7 y media de la mañana los chicos comenzaban su peregrinaje hacia Triana. Fue por entonces, cuando se abrió un segundo dormitorio complementario al anterior en el Cabecillo de la Cruz, en la casa propiedad de Ramón Baña.   

El personal de cocina, limpieza y lavandería.- El centro contó con una afamada cocina, ubicaba junto a la nave de talleres y la antigua fragua. El cocinero jefe fue Julio Arroyo Gutiérrez, hombre muy ahorrativo, quien, en aquellos años de hambre y piojos,  tras recoger el pan de las sobras, disimulaba los mordiscos con un cuchillo, estando siempre preparado por si los críos pedían “reenganche”. Julio contó con la inestimable ayuda de Josefita Pérez Malavé, Ángela Artero Berrocal, Ana González María y Cristina Calero Pérez. Josefita Pérez nos recuerda cómo ganaba 53 duros al mes, sueldo incrementado gracias a los famosos “puntos”, en función de la amplitud de la prole de cada empleado, mientras Ana nos cuenta cómo las empleadas se dedicaban un poco a todo, ayudando además en las labores de limpieza, según las necesidades de cada momento. Su horario era variable: solían entrar a las 7 y media de la mañana para preparar el desayuno, tenían descanso a partir de las 11 y reingresaban a la una y media del mediodía para preparar el almuerzo. Por la tarde entraban a las siete y media, a fin de preparar la cena, volviendo a  casa a partir de las diez de la noche, una vez que dejaban montado el desayuno del día siguiente. Tras la jubilación de Julio, lo sustituyo en el puesto de cocinero-jefe Cristóbal Rodríguez Romero,  y su ayudante o pinche de cocina, Francisco Bando.

La cocina llegó desde Moguer. En sus fogones se preparó el rancho de cientos de críos. La pizarra ofrecía un variado menú: lunes (cocido), martes (lentejas), miércoles (frijones), jueves (paella), viernes (patatas con tomate), sábados (variable) y domingos (pollo asado). Por la noche, era diaria la sopa -preparada minuciosamente con costilla, tocino y garbanzos y sus pastillas de avecrén-, completada con huevos fritos con patatas, pescado o hamburguesas, la exquisita tortilla de los sábados por la noche o aquellas  natillas elaboradas con leche en polvo con sus galletas flotando.

Sabemos que dentro de la reestructuración que sufrió el centro en 1966 se incluyó el estreno de todos los utensilios del comedor: cubertería, vajillas, manteles y servilletas, así como un nuevo local junto con sus armarios y mesas. El antiguo comedor coincidía con la actual sala de profesores del IES Don Bosco e incluso se desparramaba por los pasillos cuando se quedó pequeña su primera ubicación. A mediados de la década de 1960, las chicas de aparado saciaban su hambre  en el comedor, mientras los chicos lo hacían a otra hora y ocupaban no sólo el comedor sino los pasillos aledaños. 

La cocina del taller-escuela alivió mucha hambre y no sólo la de los chicos y profesores, sino también de albañiles de obras en el centro o de grupos de gitanos de paso por Valverde. En ocasiones dio de comer a los alumnos del cursillo de capacitación y de formación cooperativa de la Obra Sindical de Cooperación  de Huelva[5]. Pero cuando más se engalanaba la cocina era por las fiestas de San Juan Bosco, cuando profesores, alumnos y autoridades comían a mesa y mantel. Entonces, el personal de cocina necesitaba ayuda exterior, llegando, a  veces, ayudantes desde Huelva.







Francisca Ramírez Garrido se ocupaba de la lavandería. Allí se aseaba la ropa de los chicos del internado, sabanas, pijamas y la ropa interior. Más tarde, recibió la ayuda de su cuñada, Inés Prera García, quien se incorporó a la plantilla de limpieza tras caer viuda. Las dos pasarían posteriormente al servicio de comedor, en calidad de camareras, ocupándose de la lavandería Reposo Caballero Duque y Carmen Boza Maestre. 

El servicio de limpieza y de dormitorios estuvo a cargo de Carmen Pérez Arnau, Fernanda Artero Berrocal, Juana Cuesto García, las hermanas Dolores y Antonia Sánchez Donaire y posteriormente Inés Prera y Pepa Howard, aunque ya hemos comentado que todas ellas, compartían tareas por semanas o por temporadas, alternándose en los distintos quehaceres.










[1] Odiel 14-10-1966.
[2] Odiel 8-12-1966.
[3] Comunicación de Fulgencio Prat, delegado provincial de EDucación al alcalde de Valverde.  12 de Noviembre de 1958. Leg. 360
[4]
[5] Odiel, 18-9.1962.

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