EL PERSONAL NO DOCENTE.- La escuela
profesional no era sólo lugar de cita de profesores y alumnos. Junto a ellos
tenían un papel fundamental los educadores y capellanes, así como el personal
de administración y servicios.
Párroco y capellanes.- En los inicios, había misa todos los domingos
en la propia escuela. Eran las alumnas de cortes aparados, quienes, por turnos,
preparaban el altar en el salón de actos, antes de que llegara el capellán para
oficiar la eucaristía.
En
noviembre de 1955, tras un periodo de interinidad, el sevillano de Constantina
Juan Romero Oviedo tomaba posesión oficial de la parroquia de Nuestra Señora
del Reposo como párroco y arcipreste de la ciudad y su partido judicial. Desde
entonces su presencia fue habitual en los actos oficiales. Pero, además, la
escuela dispuso de su propio capellán. El primero fue José María
Camacho Prieto. Natural de la Palma del Condado, llegó a Valverde por
iniciativa de Torrelo. Era un cura batallador, capaz de pelearse con cualquiera
por un alumno al que a su juicio le habían denegado una beca injustamente. D.
José, como le llamaban sus alumnas fue depurado por el régimen franquista. La
mano ejecutora fue el propio Torrelo, y el motivo bien simple: hizo llegar a
las chicas de cortes aparados “El libro de la vida”, que hablaba sobre
la pareja y la sexualidad. Al ser descubierto, debió abandonar el centro. Tras
su cese, le sucedió Manuel Vélez Fernández, natural de Olivares, quien se
convirtió en el segundo capellán, desde 1958 hasta mediados de la década de
1960. Además de profesor de lengua y de formación religiosa era un sevillista
acérrimo que se perdía en sus propias explicaciones de clase, cuando alguno de
sus alumnos astutamente –a menudo el encargado era José Arenas Parreño, alumno
de la 1ª promoción- le hablaba de su Sevilla de su alma. Siempre incentivó a
sus alumnos el espíritu de trabajadores cristianos que debían cumplir sus
tareas «según los preceptos de la fe». En octubre de 1966 se despidió
del centro, tras ocho años de docencia y apostolado, al ser nombrado beneficiado de la Santa
Iglesia Catedral de Huelva[1].
En la segunda mitad de la década de 1960 ocuparon su plaza Ileano Hidalgo y
Eugenio Lobo Conde, los llamados “curas comunistas” del taller-escuela, capaces
de impregnar a sus alumnos un cierto fermento de contestación al régimen.
Finalmente, pasaron por el centro Juan Carlos Hidalgo, José Mora Galiana y José
Prieto Santana.
Junto
a las enseñanzas habituales era obligatoria la formación política y sindical,
proyectada a través de cursillos, conferencias y charlas orientadoras.
Igualmente, a lo largo de la década de 1960, se ofrecían charlas de orientación
religiosa. En 1966 el encargado fue Agustín Castro Merello, asesor religioso de
la Delegación Provincial de Sindicatos[2]. La
educación de la época franquista –en palabras de Stanley G. Payne-
enfatizó el nacionalismo y la religión
dentro de una estructura de autoritarismo y de tradicionalismo cultural. Ya con
el aire de los nuevos tiempos y en plena democracia, en 1986, se incorpora al
centro una teóloga, muy querida por todos, Ana María Ríos.
Los
educadores.- Aunque eran los celadores,
Manuel Moro y Francisco Bermejo, los encargados de bregar con la chavalería,
siempre fueron ayudados por los educadores. Inicialmente esta figura era
desempeñada por profesores que completaban horario, dedicando su saber y su
tiempo a la noble tarea de instruir y educar. Entre ellos destacaron Ramón Mora
y Javier López durante la dirección de Juan Vázquez Limón. Cuando el taller de
aparado llegó a su ocaso, a mediados de los 70, tanto Aurora Domínguez como
Manuel Lorca pasaron a trabajar como educadores de estudio y vigilantes de las
habitaciones y del comedor, inicialmente en la propia escuela y, más tarde, en la nueva residencia escolar.
Allí llegaron asimismo otros profesores como Luis Duque, Luis Palomar o el
administrador, Miguel Ángel Losada, así como varios miembros del personal de
servicios como Ana González María o Pepa Howard.
Luis
Duque Cejudo ( - 2011), maestro nacional. En 1958
fue uno de los artífices de la Academia
«Muy señor mio. El maestro de 1ª Enseñanza
con residencia en esa localidad D. Luis Duque Cejudo, tiene
solicitado en esta oficina información para incoar el oportuno
expediente solicitando de la Dirección General de Enseñanza Primaria
autorización para el legal funcionamiento de una escuela de carácter privado en
ese pueblo»[3]
Con
posterioridad Luis Duque , entró en el centro como educador, tras la
clausura de la Academia y su breve paso por Calañas[4], pero
posteriormente se ocuparía de impartir humanidades.
El personal médico.- El centro contó con un practicante en plantilla,
Manuel Romero Domínguez, el entrañable Manolito “el practicante”, quien
disponía de su propia consulta con botiquín y camilla, ubicada en la que ha
sido durante años sala de guardias del IES Don Bosco y actual departamento de
orientación. En caso de algún traumatismo sufrido por los chicos eran
acompañados a las consultas de los médicos locales, José Castilla y Germán Cabrero, gracias a la
existencia del llamado seguro escolar.
El personal de administración y
servicios.- El personal
administrativo original estaba constituido por José Carrero Mora y Ramón Baña
Ramos, ambos permanecieron en el centro hasta su jubilación. Se ocupaban de la
labor burocrática, el despacho de la correspondencia, los expedientes
escolares, los boletines de notas y la administración de gastos, debiendo
enviar las facturas a Baltasar Pérez Aparicio, administrador provincial de la
Organización Sindical, el custodio máximo de las cuentas. Con posterioridad se
incorporó a las tareas administrativas Miguel Ángel Losada Solís, ocupándose
este último de la administración y José Carrero y Ramón Baña de las labores de
oficina.
El
primer conserje fue Francisco Contioso Moya. Desde 1954 actuaba como guarda de
las obras del centro y tras su apertura pasó a ser conserje. Casado con Juana
Cuesto García, limpiadora del centro, el matrimonio vivía en la propia escuela.
Su casa era un semisótano de dos habitaciones, cocina y un gran salón-comedor
situado en el extremo del ala derecha del inmueble. Desde el mostrador de la
entrada se encargaba permanentemente de la vigilancia del centro. Además, el matrimonio se encargaba de
prepararle la comida a los chicos de la casa cuna de Ayamonte, que veían
cerrarse el comedor del internado durante los días de vacaciones. En 1961, ya
enfermo, Francisco pasó a la cocina e Isidoro Ruiza Carrero lo sustituyo en la
conserjería.
Además,
el centro contaba con dos celadores, Manuel Moro Donaire y Francisco Bermejo
Doblado. A las 8:30 de la mañana acompañaban a los chicos al desayuno, y, a
continuación, se ocupaban de tener las aulas preparadas con tiza y borrador, y
tocar la sirena eléctrica para la entrada y salida de las clases. A la una del
mediodía se almorzaba. Con anterioridad, los alumnos debían formar ante la
puerta principal y entrar en fila al comedor, ante la atenta mirada de los
celadores, quienes además vigilaban el comportamiento de los muchachos en la
mesa y daban parte de las frutas y alimentos en malas condiciones. Además, iban
por el correo y ponían la bomba para sacar agua del pozo, situada en
el espacio hoy cubierto por el edificio
de la ampliación de 1997. Se ocupaban, asimismo, de lidiar con los chicos,
acompañarlos en la sesión vespertina de estudios, que se prolongaba de 7 a 8:30
de la tarde, y finalmente debían dormir en la escuela. Los domingos, uno de los
celadores acompañaba a los alumnos a la misa de once y media. La misa apenas se
prolongaba media hora; de 12 a 1 se les permitía pasear por la Plaza, hora a
partir de la cual se les acompañaba de nuevo al centro para el almuerzo.
Las
chicas del taller de aparado contaron con una celadora-gobernanta, María
Dolores Suárez San Miguel, viuda de Manuel Lama, sevillano, maestro de música,
conocido como uno de los introductores de la zarzuela en Valverde, quien
enseñaba además buenos modales en la mesa, ya que era la cuidadora del comedor
y en alguna ocasión se la vio ayudando en las clases de costura.
A ellos se
unieron los encargados de las naves-dormitorio que sirvieron de ampliación al
internado de la escuela, que se quedó pequeñísimo desde mediados de la década
de 1960. Aunque no formaron parte de la plantilla del centro, fueron muy queridos por los alumnos internos.
Nos referimos a Pedro Mora Carrero, que
trabajo en el dormitorio habilitado en el edificio de la antigua Culmen S.A. en
la calle Dr. Marañón, durante la segunda mitad de los 60 y a Eliseo Moreno
Delgado, encargado de los dormitorios habilitados en la Carretera de Calañas,
en el inmueble propiedad de Manuel Duque Matías, a lo largo de la década de
1970. Muchos alumnos siguen recordando a Eliseo por su extrema bondad y
humanidad. Fue capaz de reducir los partes de conducta a la mínima expresión, a
base de saber respetar y escuchar a los chicos. En el local de Manuel Duque se
habilitaron 187 camas. Abría a las 9 y media de la noche para recibir a los
alumnos y a las 10 se apagaba la luz. A las 7 y media de la mañana los chicos
comenzaban su peregrinaje hacia Triana. Fue por entonces, cuando se abrió un
segundo dormitorio complementario al anterior en el Cabecillo de la Cruz, en la
casa propiedad de Ramón Baña.
El personal de cocina,
limpieza y lavandería.- El centro contó con una afamada cocina, ubicaba junto a
la nave de talleres y la antigua fragua. El cocinero jefe fue Julio Arroyo
Gutiérrez, hombre muy ahorrativo, quien, en aquellos años de hambre y
piojos, tras recoger el pan de las
sobras, disimulaba los mordiscos con un cuchillo, estando siempre preparado por
si los críos pedían “reenganche”. Julio contó con la inestimable ayuda
de Josefita Pérez Malavé, Ángela Artero Berrocal, Ana González María y Cristina
Calero Pérez. Josefita Pérez nos recuerda cómo ganaba 53 duros al mes, sueldo
incrementado gracias a los famosos “puntos”, en función de la amplitud de la
prole de cada empleado, mientras Ana nos cuenta cómo las empleadas se dedicaban
un poco a todo, ayudando además en las labores de limpieza, según las
necesidades de cada momento. Su horario era variable: solían entrar a las 7 y
media de la mañana para preparar el desayuno, tenían descanso a partir de las
11 y reingresaban a la una y media del mediodía para preparar el almuerzo. Por
la tarde entraban a las siete y media, a fin de preparar la cena, volviendo
a casa a partir de las diez de la noche,
una vez que dejaban montado el desayuno del día siguiente. Tras la jubilación
de Julio, lo sustituyo en el puesto de cocinero-jefe Cristóbal Rodríguez Romero, y su ayudante o pinche de cocina, Francisco
Bando.
La cocina llegó desde
Moguer. En sus fogones se preparó el rancho de cientos de críos. La pizarra
ofrecía un variado menú: lunes (cocido), martes (lentejas), miércoles
(frijones), jueves (paella), viernes (patatas con tomate), sábados (variable) y
domingos (pollo asado). Por la noche, era diaria la sopa -preparada
minuciosamente con costilla, tocino y garbanzos y sus pastillas de avecrén-,
completada con huevos fritos con patatas, pescado o hamburguesas, la exquisita
tortilla de los sábados por la noche o aquellas
natillas elaboradas con leche en polvo con sus galletas flotando.
Sabemos que dentro de la
reestructuración que sufrió el centro en 1966 se incluyó el estreno de todos
los utensilios del comedor: cubertería, vajillas, manteles y servilletas, así
como un nuevo local junto con sus armarios y mesas. El antiguo comedor
coincidía con la actual sala de profesores del IES Don Bosco e incluso se
desparramaba por los pasillos cuando se quedó pequeña su primera ubicación. A
mediados de la década de 1960, las chicas de aparado saciaban su hambre en el comedor, mientras los chicos lo hacían
a otra hora y ocupaban no sólo el comedor sino los pasillos aledaños.
La cocina del taller-escuela
alivió mucha hambre y no sólo la de los chicos y profesores, sino también de
albañiles de obras en el centro o de grupos de gitanos de paso por Valverde. En
ocasiones dio de comer a los alumnos del cursillo de capacitación y de
formación cooperativa de la Obra Sindical de Cooperación de Huelva[5].
Pero cuando más se engalanaba la cocina era por las fiestas de San Juan Bosco,
cuando profesores, alumnos y autoridades comían a mesa y mantel. Entonces, el
personal de cocina necesitaba ayuda exterior, llegando, a veces, ayudantes desde Huelva.
Francisca Ramírez Garrido se
ocupaba de la lavandería. Allí se aseaba la ropa de los chicos del internado,
sabanas, pijamas y la ropa interior. Más tarde, recibió la ayuda de su cuñada,
Inés Prera García, quien se incorporó a la plantilla de limpieza tras caer
viuda. Las dos pasarían posteriormente al servicio de comedor, en calidad de
camareras, ocupándose de la lavandería Reposo Caballero Duque y Carmen Boza
Maestre.
El servicio de limpieza y de
dormitorios estuvo a cargo de Carmen Pérez Arnau, Fernanda Artero Berrocal,
Juana Cuesto García, las hermanas Dolores y Antonia Sánchez Donaire y
posteriormente Inés Prera y Pepa Howard, aunque ya hemos comentado que todas
ellas, compartían tareas por semanas o por temporadas, alternándose en los
distintos quehaceres.
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